Miedo en el Sur by Ana María Shua

Miedo en el Sur by Ana María Shua

autor:Ana María Shua
La lengua: spa
Format: epub
ISBN: 9789500755382
editor: Penguin Random House Grupo Editorial Argentina
publicado: 2016-04-09T00:00:00+00:00


SOBRE EL TIGRE GENTE

Lo llaman también el capiango. El tigre negro. El tigre uturunco. El runa uturunco, que quiere decir, en quichua, el tigre gente. Tigre, pero sin rayas, porque así se les dice a los pumas.

En Tucumán se lo encuentra, y en Santiago. En Mendoza, San Luis, Catamarca, San Juan.

En tierra de guaraníes, hay uno parecido: el yaguareté-abá. El indio tigre, el indio jaguar, le dicen. Se lo reconoce fácil porque no tiene cola. Y es más feroz que un puma común. Pero no ataca a la gente. Se conforma con asustarla.

No sufre, como el pobre lobisón, que se emperra sin querer. Al contrario, se transforma porque se le da la gana. Es poder mágico que le vino con el nacimiento, o también, a veces, de hacer pacto con el Diablo.

Lleva siempre encima un cuerito mágico, un pedacito de piel de puma que es su talismán.

Cuando la persona quiere convertirse en tigre, lo pone en el suelo y se revuelca encima, primero sobre la mano izquierda, después sobre la derecha.

Ese cuerito es algo vivo. Da brincos y, si lo toca un extraño, trata de escapar.

Su diversión preferida es asustar a los que se hacen los valientes. Como persona es un hombre o una mujer cualquiera, alguien por lo general callado y tímido, del que se burlan los demás: una especie de Clark Kent.

Pero cuando se transforma no es tan bueno como Superman. No es de Kripton: es mucho más humano. Es cierto que no resulta demasiado peligroso y alguna vez puede hacer alguna buena acción por alguien que le cae bien. Pero generalmente se da el gusto, siendo tigre, de hacer quedar en ridículo a los que lo molestaron siendo persona.

A la hora de comer, elige a los mejores potrillos, a los más carnudos, gordos y tiernos, con hambre de puma y con inteligencia humana.

Cuando está transformado en animal, tiene que cuidarse de los tigres o tigras verdaderos. Porque lo reconocen. Y también porque si se llega a enamorar, como animal, de un bicho de verdad, nunca más va a poder volver a ser persona.

Tiene que cuidarse, siendo hombre, de emborracharse demasiado: no vaya a vomitar algo que comió como tigre y que los otros puedan reconocer, como un pedazo de rienda, por ejemplo, que así se cuentan casos.

La lluvia los delata siendo tigres. La lluvia da nostalgia, trae recuerdos, hace hablar de más.

Entonces, si te encontrás en un día de lluvia con un puma pensativo, y al acercarte te comenta “Pero mirá qué lindo llueve para el lado de mis pagos”, no te quepa duda: es un tigre gente.

Te conviene hacerte amigo.



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